IA: La Cuarta Afrenta Narcisista de la Humanidad y Cómo Superarla

Theconversation

En 1917, Sigmund Freud articuló tres “afrentas narcisistas” que la ciencia había infligido a la humanidad, revelando cada una que nuestra especie no era tan singularmente central o soberana como alguna vez creímos. La primera llegó con el descubrimiento de Nicolás Copérnico, que desplazó la Tierra del centro del universo a un mero planeta en órbita. A esto le siguió la teoría de la evolución de Charles Darwin, que despojó a la humanidad de su supuesto estatus de “corona de la creación”. Finalmente, el propio Freud asestó la tercera, quizás la más profunda, afrenta: la revelación de que no somos completamente dueños de nuestra propia mente, sino que estamos gobernados por las poderosas, a menudo invisibles, fuerzas del inconsciente.

Si Freud viviera hoy, sin duda habría identificado la inteligencia artificial (IA) como una cuarta afrenta intelectual, igualmente potente. Las capacidades de la IA desafían nuestras nociones profundamente arraigadas de autocomprensión humana, particularmente en lo que respecta a nuestro intelecto y espiritualidad. Si bien la humanidad se ha adaptado en gran medida a los cambios cosmológicos, biológicos y psicológicos provocados por las afrentas anteriores, el auge de la IA presenta una nueva herida, lo que plantea preguntas urgentes sobre cómo podríamos curarla.

Un remedio propuesto implica una reevaluación cuidadosa del lenguaje que usamos para describir la IA. A pesar de sus notables logros, el término “inteligencia artificial” en sí mismo puede considerarse un menoscabo para el intelecto humano. Reemplazarlo por “co-inteligencia”, por ejemplo, podría reflejar con mayor precisión una relación en la que los grandes modelos de lenguaje sirven como herramientas complementarias a los recursos mentales humanos, suavizando la amenaza percibida para nuestra autoimagen.

Otro enfoque sugiere cuestionar la naturaleza misma de la “inteligencia” de la IA. Algunos investigadores sostienen que los grandes modelos de lenguaje son esencialmente “loros estocásticos”, sistemas que simplemente combinan patrones lingüísticos basados en probabilidades derivadas de vastos datos de entrenamiento. Esta perspectiva sostiene que la IA carece de una comprensión genuina o de capacidades de creación de significado, actuando en cambio como una sofisticada imitación. Como Peter Gärdenfors, científico cognitivo, acertadamente dijo: “No vamos a ser las mascotas estúpidas de la IA”. Esta visión nos anima a centrarnos en las diferencias fundamentales entre la cognición humana y la artificial, afirmando que mientras la inteligencia humana colectiva conserve la capacidad de evaluar y juzgar críticamente la producción de la IA, la afrenta puede ser manejada.

Una tercera estrategia diferencia entre varias “inteligencias” en lugar de ver la inteligencia humana como un fenómeno singular. La inteligencia humana abarca un rico tapiz de capacidades artísticas, personales y morales, todas convergiendo en un modo intuitivo y socialmente arraigado que tiene un significado particular para la espiritualidad. Mientras la IA permanece confinada a lo “aquí” y lo “profano”, generando “alucinaciones” cuando produce resultados sin sentido, la inteligencia humana posee la capacidad única de trascender la realidad ordinaria, buscando y encontrando significado más allá de lo inmediatamente observable. Desde esta perspectiva integrada, la IA, al menos por ahora, sigue siendo inferior a la naturaleza multifacética del intelecto humano.

Sin embargo, a pesar de estas distinciones que resaltan la identidad computacional y estadística de la IA, una pregunta crítica persiste: ¿importarán en última instancia los argumentos filosóficos sobre la verdadera naturaleza de la IA cuando se enfrente a su innegable utilidad? Si un asistente de IA proporciona consejos reconfortantes y valiosos durante una crisis personal, por ejemplo, su utilidad práctica podría eclipsar fácilmente los debates académicos sobre su “inteligencia” o los matices de su “co-inteligencia”. El beneficio experimentado de la IA probablemente superará las investigaciones filosóficas abstractas.

Este dilema a menudo deja a la sociedad oscilando entre el tecnomesianismo, donde la IA es vista como un salvador, y la tecnodistopía, donde señala el fin de la humanidad. Ninguno de los extremos es productivo. La adopción acrítica de la IA es socialmente irresponsable, mientras que el pánico a menudo conduce a acciones irracionales o a la apatía. El rápido ritmo del desarrollo de la IA supera con creces la adaptación de los marcos sociales y legales, particularmente en las sociedades democráticas. Esto crea un panorama donde la transparencia se pierde, las líneas de responsabilidad se difuminan y las consecuencias golpean de manera desigual, impactando el conocimiento, el trabajo, la comunicación y la integridad, y potencialmente creando un malestar social significativo y exacerbando las desigualdades en el mercado laboral. Sin una sólida reflexión humanística, la IA corre el riesgo de no contribuir a una sociedad genuinamente buena para todos.

Afrontar este desafío requiere una cooperación sin precedentes en todos los sectores de la sociedad. La experiencia técnica y legal por sí solas no serán suficientes. La sociedad civil, basándose en las ricas fuentes culturales, filosóficas y teológicas que han guiado a la humanidad durante siglos, debe abordar las cuestiones existenciales planteadas por la IA. Las características distintivas de la modernidad occidental —individualismo, consumismo y secularismo— son respuestas insuficientes a la profunda afrenta narcisista de la IA. En cambio, cualidades distintivamente humanas como la relacionalidad, la trascendencia, la falibilidad y la responsabilidad serán clave para navegar esta nueva era y asegurar que la IA sirva, en lugar de disminuir, nuestra humanidad colectiva.