Los experimentos de IA de Disney: Un desastre cómico de problemas legales y sindicales
La narrativa predominante en Hollywood a menudo retrata la inteligencia artificial como una fuerza imparable, lista para desplazar a innumerables trabajadores en las industrias del cine y la televisión. Sin embargo, entre bastidores, se está desarrollando una historia diferente y más compleja. El gigante del entretenimiento Disney, a pesar de establecer una unidad de negocio dedicada a la IA, supuestamente ha encontrado obstáculos significativos en sus esfuerzos por integrar la tecnología, particularmente al navegar por las sensibilidades del talento humano del que todavía depende.
Según informes de The Wall Street Journal, Disney ha, en múltiples ocasiones en los últimos años, abandonado proyectos impulsados por IA debido a crecientes preocupaciones legales y la amenaza palpable de rechazo por parte de poderosos sindicatos de actores y escritores, quienes ven dicha tecnología como una amenaza directa a sus medios de vida.
Un caso notable involucró el próximo remake de acción real de “Moana”. Disney supuestamente exploró “clonar” a Dwayne “The Rock” Johnson para su papel mediante el uso de deepfakes de su rostro en el cuerpo de su primo de complexión similar, Tanoai Reed. Aunque el propio Johnson aprobó el concepto, el equipo legal de Disney finalmente no logró establecer protocolos claros para proteger los datos generados de dicha filmación de “doble digital”. Más críticamente, lucharon por asegurar que la compañía sería la propietaria total de la propiedad intelectual si alguna parte de ella era producida por IA. Esta trepidación está bien fundamentada: dado que la mayoría de los modelos avanzados de IA se entrenan con vastos conjuntos de datos de texto e imágenes recopilados públicamente, el estado de los derechos de autor de sus resultados sigue siendo notoriamente ambiguo, una situación precaria para una compañía tan ferozmente protectora de su propiedad intelectual como Disney. A pesar de 18 meses de negociaciones, Disney y su socio de IA Metaphysic no pudieron finalizar un contrato, lo que llevó a la suspensión de las escenas de deepfake, que no aparecerán en el reinicio de “Moana”.
Un escenario similar se desarrolló durante el desarrollo de “Tron: Ares”, la segunda secuela del original de 1982. Los ejecutivos supuestamente propusieron una escena en la que Bit, un compañero animado del personaje de Jeff Bridges, Kevin Flynn, sería generado en pantalla por IA, con un actor humano proporcionando su voz. Sin embargo, las preocupaciones sobre la posible publicidad negativa llevaron a Disney a desechar el plan. El momento era particularmente delicado, ya que la compañía estaba en medio de tensas negociaciones contractuales con los sindicatos de escritores y actores. Introducir la IA de forma encubierta durante dicho período habría arriesgado una reacción significativa de los gremios que hacen campaña activamente contra la tecnología.
Añadiendo una capa de ironía a estas luchas internas, Disney ha estado simultáneamente batallando con otras compañías de IA en los tribunales para proteger su propia propiedad intelectual. El pasado mes de junio, el gigante del entretenimiento, junto con Universal Studios, presentó una demanda contra la startup de generación de imágenes con IA Midjourney. La demanda acusaba vehementemente a Midjourney de usar material con derechos de autor sin autorización, etiquetando a la startup como un “aprovechado de los derechos de autor por excelencia y un pozo sin fondo de plagio”.
Horacio Gutiérrez, director legal de Disney, ofreció algunas ideas sobre el enfoque aparentemente contradictorio de la compañía, diciendo a The Wall Street Journal que Disney busca “permitir que nuestros creadores utilicen las mejores herramientas de IA disponibles sin comprometer a la compañía a largo plazo”. Esta declaración subraya la cuerda floja que Disney intenta caminar: abrazar el potencial de la IA mientras salvaguarda simultáneamente su vasta biblioteca de personajes e historias de la misma tecnología que busca aprovechar. Es un complejo acto de equilibrio, hecho aún más desafiante por la decisión inicial de la compañía de comprometerse plenamente con el desarrollo de la IA.