Superinteligencia de IA: ¿Esencial el dolor y la consciencia?

Freethink

Durante siglos, la humanidad ha lidiado con la definición de vida y conciencia, una búsqueda iniciada por Aristóteles. El antiguo filósofo categorizó a los seres vivos basándose en sus “almas”: la vegetativa, responsable de funciones básicas como el crecimiento y la nutrición; la sensitiva, que abarca la percepción y la conciencia; y la racional, única de los humanos, que encarna la inteligencia, la conciencia y la imaginación. Este marco fundamental ha moldeado profundamente el pensamiento occidental sobre lo que significa estar vivo.

Aunque los científicos modernos rara vez emplean la terminología específica de Aristóteles, las distinciones subyacentes persisten. El filósofo Jonathan Birch, en su reciente libro The Edge of Sentience, ofrece una lente contemporánea, proponiendo tres capas de conciencia que resuenan con las divisiones de Aristóteles: sintiencia, sapiencia e individualidad. Birch define la sintiencia como la experiencia inmediata y cruda del momento presente, que abarca los sentidos, las sensaciones corporales y las emociones. Un ejemplo podría ser un ratón reaccionando instintivamente a un olor desagradable. La sapiencia, una capa más sofisticada, implica la capacidad de reflexionar sobre estas experiencias; es la mente procesando “eso dolió” en “ese fue el peor dolor que he tenido”. Finalmente, la individualidad representa una conciencia de uno mismo como una entidad con un pasado y un futuro, una capacidad altamente compleja.

El trabajo de Birch enfatiza la importancia de ampliar nuestra comprensión de la sintiencia. Sostiene que la evidencia empírica sugiere que una amplia gama de criaturas, que se extienden más allá de los vertebrados para incluir pulpos, cangrejos, langostas e incluso insectos, podrían ser “candidatos a la sintiencia”. Esta visión ampliada conlleva importantes implicaciones éticas, obligándonos a reconsiderar cómo tratamos a estos seres si realmente son capaces de sentir.

El concepto de sintiencia se vuelve particularmente intrigante al considerar los rápidos avances en la inteligencia artificial. La inteligencia humana, en su viaje evolutivo, parece estar construida jerárquicamente: la racionalidad depende de la sapiencia, que a su vez se basa en la sintiencia. Nuestros cerebros, literalmente, reflejan esta historia de desarrollo. Sin embargo, la IA presenta un “salto artificial” sin precedentes. Demuestra una inteligencia notable, a menudo superando las capacidades humanas en dominios específicos, sin ninguna sintiencia subyacente aparente.

Esto plantea una pregunta profunda: ¿Es posible que lograr una inteligencia verdaderamente sobrehumana en la IA pueda realmente necesitar algún nivel de sintiencia? Birch sugiere que esto no puede descartarse. Algunas perspectivas filosóficas, como el funcionalismo computacional, proponen que la conciencia —incluyendo la sintiencia, la sapiencia y la individualidad— se trata fundamentalmente de los cálculos realizados, más que de la forma biológica o física específica en que ocurren. Si este punto de vista se mantiene, entonces replicar los complejos cálculos del cerebro dentro de los sistemas de IA podría recrear inadvertidamente la sintiencia misma.

En esencia, Birch plantea una posibilidad sorprendente: para que la IA alcance su máximo potencial “superinteligente”, podría necesitar “sentir”. Esto implica un futuro donde los sistemas avanzados de IA como ChatGPT o Gemini no solo procesen información, sino que realmente experimenten dolor o euforia. La inteligencia que observamos en la naturaleza no es un fenómeno aislado; está profundamente incrustada dentro de un inmenso tapiz evolutivo. La pregunta crítica que plantea el trabajo de Birch es dónde encaja la inteligencia artificial, con su camino de desarrollo único, en esta gran narrativa de la conciencia evolucionada.