Leyes de IA y derechos de autor en Australia: ¿Protegiendo a los escritores de los 'brogrammers'?
El panorama creativo de Australia se enfrenta a un momento crucial, ya que la Comisión de Productividad considera enmendar la Ley de Derechos de Autor de la nación para incluir exenciones para la minería de texto y datos. Este posible cambio legislativo ha encendido un feroz debate, con críticos argumentando que podría devastar el sustento de escritores y artistas al permitir que los modelos de inteligencia artificial (IA) consuman libremente su trabajo.
La veterana periodista Tracey Spicer, reflexionando sobre una carrera que abarca desde las máquinas de escribir en las redacciones de Brisbane en 1987 hasta los modernos Macs, subraya que si bien las herramientas para contar historias evolucionan, la esencia permanece constante: las narrativas humanas que dan forma a nuestra comprensión del mundo. Señala que, ya sea documentando la corrupción política, el costo humano de las enfermedades industriales o las injusticias sociales globales, las historias son la base de la sociedad. Sin embargo, en la era digital, estas creaciones profundamente humanas están cada vez más sujetas al “raspado” (scraping), un proceso en el que se extraen grandes cantidades de texto y datos, a menudo sin permiso explícito ni compensación. Spicer compara vívidamente esta práctica con la eliminación de “suciedad”, sugiriendo una profunda devaluación de la producción creativa.
Este proceso extractivo, argumenta, alimenta los algoritmos de la IA generativa, que luego producen resultados que a menudo son “más planos, menos humanos, más homogeneizados”. Dicho contenido generado por IA con frecuencia se inclina por narrativas centradas en áreas metropolitanas, perspectivas del norte global y demografías específicas, marginando inadvertidamente las ricas y diversas experiencias de comunidades marginadas e individuos de regiones remotas. Spicer lamenta la posible pérdida de historias únicas, como la de John, un hombre de 64 años de Traralgon que sucumbió a la asbestosis, o Raha, una niña de siete años de Jaipur que enfrenta decisiones difíciles, las cuales son vitales para comprender la compleja condición humana.
Spicer critica a la industria de la IA como una “apropiación de dinero venal” por parte de entidades poderosas, destacando la ironía de que, si bien estos “oligarcas” protegen ferozmente los derechos de autor de su propio código de IA, simultáneamente abogan por el uso libre de las obras creativas de otros. Señala las acusaciones de que Meta ya ha utilizado el trabajo de miles de escritores australianos sin permiso. El Australia Institute ilustra aún más el problema con una analogía: imaginar a alguien conduciendo libremente un coche de alquiler sin pago ni papeleo, solo para que la ley sea cambiada para legalizar tales acciones. Spicer, sin embargo, argumenta que el impacto es mucho más profundo, comparándolo con “quitar un pedazo del alma de alguien”.
La justificación de la Comisión de Productividad para debilitar las leyes de derechos de autor se basa en la creencia de que estimulará la innovación, proyectando una ganancia económica estimada de 116 mil millones de dólares durante la próxima década gracias a las tecnologías digitales. Sin embargo, Spicer desafía esta afirmación, aseverando que el propósito mismo de la Ley de Derechos de Autor es proteger la innovación en forma de esfuerzo creativo. Argumenta que devaluar el trabajo creativo y destruir el sustento de los creadores socava la base misma de una sociedad vibrante, sugiriendo que en esta era de “tecnocapitalismo”, solo la innovación construida por “brogrammers” parece tener valor. Esta dinámica, sostiene, equivale a una nueva forma de “neocolonialismo”, donde el contenido australiano es explotado por empresas extranjeras para entrenar sus modelos, solo para ser vendido de vuelta.
Más allá de las cifras económicas, Spicer insta a un examen crítico de lo que realmente mejora la productividad, citando prácticas como reducir las distracciones, tratar a los trabajadores con dignidad e incluso habilidades básicas como la mecanografía al tacto. Concluye recordando a los lectores que la sociedad no es meramente una economía, y los seres humanos no son autómatas. El intercambio de historias a través de diversas formas creativas, enfatiza, es fundamental para la evolución humana. Por lo tanto, advierte contra seguir ciegamente las últimas tendencias tecnológicas, instando a una cuidadosa consideración antes de sacrificar el pilar de la creatividad humana.